Estaba el otro día en la puerta del cole, esperando a que abrieran para recoger a los niños, cuando escuché una conversación entre dos madres; primero sin querer, luego con todos los sentidos puestos en ella porque el tema me interesaba y no parecía privado. Por el tono diría que eran amigas, o al menos que se conocían bastante y simpatizaban la una con la otra.
Hablaban sobre la manía de ciertas personas de meterse en la vida de los demás. Mientras una decía estar hasta las narices de familiares, vecinas y amigos que se metían en todo lo relacionado con la educación y la crianza de su hijo, la otra le decía que ella nunca se había sentido atacada en ese aspecto y que seguramente no era porque nadie le hubiera dicho nada, sino más bien porque ella no le daba importancia a según qué comentarios ni estaba siempre a la defensiva. A la primera le indignaba que otros se atrevieran a decirle cómo tenía que criar a su hijo, saliendo a colación temas como el colecho o el tipo de colegio. La segunda no solo le restaba importancia, sino que defendía que no es cierto que lo que hagan los demás con la educación de sus hijos no deba importarnos al resto.
Y es cierto. Nunca me había parado a pensar sobre ello, pero claro que debe preocuparme cómo eduquen otros padres a sus hijos, los valores que les inculquen. Me afecta a mí, afecta a mis hijos y afecta al resto de sociedad.
¿Cómo podemos esperar que traten a las mujeres quienes de niños recibieron una educación machista? ¿Cómo vamos a aspirar a tener una sociedad igualitaria si se siguen perpetuando roles de género dentro de la familia? Claro que nos afecta a todos la educación que reciban los niños de ahora.
Si un niño malgasta agua y ningún adulto le educa en el consumo responsable, me afecta, porque derrocha sus recursos y los míos.
Si paseando con tu hijo blasfemas al cruzarte con una pareja homosexual, es muy posible que tu vástago, que quizá hasta ese momento ni se había planteado que pudiera haber diferencias, empiece a verlo como algo extraño e incluso en un futuro se muestre intolerante al respecto. Lo mismo si ocurre hacia personas de otras razas o culturas. Y eso me afecta; me afecta porque quiero una sociedad más libre y bonita y personas así la afean, pero más directamente puede perjudicarme si un día tu hijo, que ya no será un niño, se cruza con una pareja de lesbianas, las insulta y.. ups! resulta que una de ellas es mi hija. Eso me afectaría mucho.
¿Y qué me dices de ese niño que rompe la hoja de un libro en una librería y como nadie más lo ha visto su madre lo deja como si nada? ¿No está ese niño recibiendo una educación contraria al respeto hacia los bienes ajenos? Y los bienes ajenos incluyen los tuyos y los míos, así que sí, nos afecta.
Si enseñas a tu hijo que las cosas se consiguen a la fuerza y que puede tener todo lo que quiera, ni me sorprenderá ni me gustará que el mío reciba un golpe cuando el tuyo quiera quitarle su almuerzo. Esto me podría afectar especialmente.
Pues queda claro que no puedo esperar una sociedad justa, formada por personas íntegras, si no han sido educadas así por los responsables de hacerlo cuando eran niños. Debemos ser responsables con la educación de nuestros hijos, no solo por hacer de ellos personas «de provecho», sino porque forman parte de algo más grande, de toda una sociedad en la que se cruzarán con otras personas que inevitablemente se verán afectadas por sus actos. Tal y como yo lo veo, mi responsabilidad como madre lo es para con toda la sociedad, y como parte de esta me afecta la educación que otros padres y madres puedan ofrecer a sus hijos.
Lo que realmente no debería importarnos y sin embargo parece que nos importa hasta el punto de llegar a sacar lo peor de nosotros – a poco que os mováis por redes sociales y blogs sabréis de qué hablo – es si un niño toma teta o biberón, si duerme con sus padres a los 8 años o si va la guardería desde los 4 meses. Esto son cuestiones que afectan a la esfera familiar más íntima y punto; al resto, ni nos va ni nos viene, porque no nos influye. Y sin embargo, como digo, son temas que levantan ampollas con defensores y detractores en ambos extremos, con luchas encarnizadas en las redes y faltas de respeto intolerables. Algo esto último, por cierto, que sí me importa y me afecta desde el momento en que tu hijo lo va a vivir y aprender, porque luego puede cruzarse con el mío.
¿Qué opinión tenéis al respecto? Me encantaría conocer vuestro punto de vista. Y sobre todo me encantaría que este post ayudara, al menos, a pensar sobre ello.
Y ya sabes, si te ha gustado yo te agradeceré enormemente que lo compartas.
6 Comentarios
Aprendemos con mamá
27 octubre, 2016 at 18:52La educación de los demás niños acaba pasando factura a todos. Es importante educar bien.
Un abrazo
Noelia - Golosi
29 octubre, 2016 at 18:05Por supuesto. Como digo en el post, tenemos una gran responsabilidad, y no solo hacia nuestros hijos.
Gracias por pasar.
Eva Crespo moreno
27 octubre, 2016 at 19:30Pues si, es super importante dar una buena educación a tus hijos! Yo diría que lo mejor , resumiendo mucho, una educación en valores !!! Que creo que es lo que falta VALORES, para conseguir una sociedad más cívica, al menos …igualitaria yo ya he tirado la toalla, muchas decepciones…
Sí es verdad la gente se mete en temas privados muy personales y se olvida de lo realmente importante .
Noelia - Golosi
30 octubre, 2016 at 17:13Sobrepasa lo importante, es imprescindible, especialmente con la sociedad que vivimos hoy en día.
Gracias por pasar cielo.
Marisa, la estresada
28 octubre, 2016 at 08:27Yo crecí en una sociedad en la que cualquier adulto podía regañar a cualquier niño.
Dice un amigo:
Si un amigo de mi abuelo me mandaba a por tabaco al bar y yo no iba, me llevaba la colleja del señor, luego de mi abuelo y después de mi padre, si ahora mando a tu hijo, me llevo la de tu hijo, la tuya y la de tu marido, y no solo porque sea tabaco, si no porque en tu niño solo mandáis su padre y tu, aunque lo hagáis mal.
Y eso no vale, ni lo de los abuelos, ni lo de los niños «mandones» pero si yo veo a chavales haciendo algo inapropiado, seguiré regañando, aunque no sean los míos
Noelia - Golosi
30 octubre, 2016 at 17:15Parece que hemos pasado de un extremo al otro Marisa; por suerte, siempre queda quien tiene dos dedos de frente 😉
Besos y mil gracias por pasar.